Al filo del abismo

Sebastian Bustos Gomez

Más de una década compartiendo vida se terminaron. Ya no queda nada más que recuerdos. Así como los rayos del sol en primavera impregnan de luz y vida a los campos de girasoles, también la noche con su oscuridad y tinieblas lo rodea todo cuando el último rayo del atardecer se oculta.

Él sabía que la luz se estaba yendo y faltaba poco para el oscurecer final. Enorme fue su temple para, sabiendose al filo del abismo del horror y el miedo, quedarse con ella a su lado como un soldado en la trinchera, sin mínimo atisbo de abandonar su lugar junto a la cama del hospital hasta el último momento. La soledad y la incertidumbre del duelo ya quemaban en su pecho, pero el estar ahí en ese lugar para que no se fuera sola de este mundo eran más importantes que la pena personal. Era lo que había que hacer, y no mucha gente pueda jactarse de hacer lo que hay que hacer cuando las papas queman.

El tiempo transcurrió lento, apagandose poco a poco hasta que se fué y nos dejó a todos un poquito más tristes para siempre. Hoy me encuentro con las palabras de Leila Guerriero, al recordar a su padre ante la inminente muerte de su madre, víctima del cancer: «Aquí estoy, yo no te suelto. ¿Que hay que ser para ser un hombre así? Porque yo quiero ser ese hombre. Yo quiero,todo para mí, ese coraje»

En memoria de Sol Giménez

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